Contar sin parar

30 marzo 2007

Cosas sueltas, tristes y (quizás) demasiado obvias

La muerte siempre llega en mal momento. Si es por enfermedad, sufres por lo mucho que ha sufrido el enfermo. Si es repentina, te cuesta salir del estado de catatonia. Nunca se sabe qué es peor.

Los tanatorios son tan... centros comerciales de la muerte. Todos son iguales, todas las salas son iguales, dispuestas unas seguidas de otras; todas las coronas son iguales, incluso los familiares son iguales: los que van por cumplir, los que van por cotillear, los que enferman de tanto dolor, los que asumen el papel de organizadores, los que salen a fumarse un cigarro...

Es tan absurdo que la gente se pregunte cómo están en un velatorio, que debería inventarse una expresión sólo para estas ocasiones. Igual que lo de despedirse con "a ver si nos vemos en otras ocasiones que no sean como estas."

Y pedir un justificante para el trabajo:
- Oiga, ¿me puede dar un justificante?
- Sí, ¿quién es el muerto?
- El de la sala 17.
- ¿Lo ha sentido usted mucho?
- Pues sí, lo normal en estos casos.
- ¿Necesita un certificado de lágrimas?
- No, con el de sollozos ahogados me vale. Gracias.

En fin, descansa en paz, A.